domingo, octubre 23, 2005

LA GRAN FAMILIA



saliendo de la etsam...

"Salió en la prensa que el Consejo de Ministros, a 29 de diciembre del pasado año (2006), ha aprobado la creación del Museo Nacional de Arquitectura y Urbanismo. Pero lo cierto es que no se trata de una creación, sino de una recreación: el Museo Nacional de Arquitectura (el urbanismo se consideraba incluido) existe -o existía hasta el día 29- en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid. Fue creado en los años 40, a iniciativa del que había sido arquitecto director de la Ciudad Universitaria y de la Escuela, Modesto López Otero. El director nato del museo era el de la Escuela, y todoslos que hayan estudiado allí recordarán algunos de sus fondos físicos: las grandes maquetas y relieves, o lo que fue la portada del Hospital de La Latina, en el acceso principal del edificio. [...]

EDITORIAL la historia interminable: el museo de arquitectura
Revista de Arquitectura y Urbanismo del COAM, 347


OBRA: CIUDAD RESIDENCIAL DE EDUCACION Y DESCANSO
ARQUITECTOS: J.Mª Monravà López – A. Pujol Sevil
FECHA: 1953-1955
SITUACIÓN: Ctra. de Barcelona, km. 4,2 - TARRAGONA
El mayo de 1955 los arquitectos Antoni Pujol Sevil y José M. Monravà López firmaron el proyecto de la Ciudad Residencial de Tarragona, por encargo de la “ Obra Sindical de Educación y Descanso”. Era este un organismo público, encargado de garantizar las vacaciones de los trabajadores y sus familias, del mismo modo que la “Obra Sindical del Hogar” tenía que dotar de viviendas de renta reducida.
El proyecto de la Ciudad Residencial de 1955 reforzará claramente el vinculo ideologico de continuidad con el espiritu del GATCPAC, del cual Monravà fue miembro desde sus inicios, y que tendrá una clara referencia en la 'Ciutat del Repòs i de Vacances'(1932-34) del Pla Macià.
http://arquitecturadetarragona.blogspot.com.es/2011/11/la-ciudad-residencial-de-educacion-y.html

http://www.diaridetarragona.com/revista/052814/la/gran/familia/cumple/48/anos


EL DÍA DE LA BESTIA






















conversación con Alex de la Iglesia,
por Mariel Guiot, octubre 1995


Notas al santuario de Aránzazu:
el arquitecto es Sáenz de Oiza
las puertas métalicas de acceso son de Chillida
las 14 esculturas de los apóstoles son de Oteiza


Edificio Capitol. Luis M. Feduchi y Vicente Eced, 1931-34.

"Junto a la gran sala de espectáculos, en que las vigas Vierendell de hormigón armado solucionaban el atrevido problema estructural, se proyectaron apartamentos, estudios y oficinas, así como un hotel, cafetería y sala de fiestas.
El conjunto tiene 16 plantas, incluidas los dos sótanos y la torre. La altura total es de 54 metros[...].
Granito pulimentado para el chaflán, arenisca en las fachadas laterales, caliza de Colmenar de Oreja para las molduras y detalles, pórfido en el basamento y mármoles travertinos en los interiores."

Madrid 1920-1980. Guía de Arquitectura. Ramón Guerra de la Vega

"...construido como resultado de un concurso en el que correspondió el primer premio a Feduchi y Eced, quienes por entonces iniciaban su ejercicio profesional. Se hallan en él influencias de la arquitectura alemana del momento, especialmente de Mendelsohn,...

Guía de la Arquitectura de Madrid. Carlos Flores - Eduardo Amann

miércoles, octubre 12, 2005

TÓTEM Y CATÁSTROFE -sin city-


Las últimas catástrofes naturales -el maremoto asiático o los huracanes norteamericanos- han puesto de relieve la vulnerabilidad del territorio contemporáneo, una construcción extensa y frágil que los arquitectos amojonan con tótems equívocos, del rascacielos propuesto por Santiago Calatrava para Chicago al recientemente inaugurado por Jean Nouvel en Barcelona.



Apocalípticos y totémicos frente a la urbanidad de masas: tal podría ser, glosando al primer Umberto Eco, el dilema de los arquitectos actuales. Si el semiólogo distinguía entre los apocalípticos que temen la cultura de masas y los integrados que se someten a ella, las actitudes ante la ciudad contemporánea pueden también polarizarse entre los que juzgan la urbanización sin límites del territorio como una tragedia ecológica y social, y los que se suman a la marea inmobiliaria levantando signos de identidad o de fuerza. El cuarto de millón de víctimas del tsunami puso de manifiesto la fragilidad física de la suburbanidad moderna con una demoledora violencia emotiva, y los huracanes que golpearon Luisiana y Tejas -de la devastación anunciada de Nueva Orleans a la evacuación caótica de Houston- han sacudido también la autoestima de Estados Unidos con frustración y pánico, alimentando vértigos milenaristas y un apocalipsis en sordina. En este panorama de riesgo e incertidumbre -acentuado por las catástrofes naturales y el espectro del cambio climático, pero abierto por el 11-S y sus ecos, del 11-M madrileño al 7-J londinense-, las estrellas de la arquitectura rematan o comienzan tótems urbanos que no se sabe bien si entender como iconos arrogantes de afirmación masculina frente a las tribulaciones del tiempo o exorcismos verticales que simulan velar el sueño inerme de una ciudad asediada por sombras.
Un buen intérprete de los temblores de la época es el geógrafo Jared Diamond, que describió las razones del éxito de Occidente en un libro que obtuvo el Pulitzer y vendió un millón de ejemplares, complementado ahora por otra obra, Collapse, donde se ocupa del reverso de la moneda: los motivos del fracaso de algunas sociedades del pasado, de los habitantes de la isla de Pascua a los vikingos de Groenlandia, que sirven de ejemplo y advertencia para otras contemporáneas, como China, Estados Unidos o Australia, cuyo desarrollo actual muestra los mismos rasgos que condujeron al hundimiento de las sociedades fallidas. Entre estos factores, el determinante para Diamond es la respuesta social a los problemas ambientales, y su persuasiva descripción del colapso gradual de la vida colectiva tras la devastación de un hábitat frágil -como consecuencia de decisiones sociales más deliberadas que inevitables- ha producido el esperable impacto en la angustiada conciencia postsunami, y habrá de tenerlo aún mayor cuando se sedimente la percepción de vulnerabilidad que Katrina y Rita han generado en el corazón del imperio. Mientras tanto, Diamond describe la vida en las urbanizaciones de Los Ángeles protegidas por policía privada, donde la gente bebe agua embotellada, depende de pensiones privadas y envía a sus hijos a escuelas privadas -de manera que le importa bien poco el deterioro de la policía, del suministro de agua, de la seguridad social o de las escuelas públicas- y se pregunta cuánto tardarán los excluidos en amenazar los barrios ricos como en el pasado asaltaron los palacios de los reyes mayas o derribaron las estatuas de la isla de Pascua. Ninguna valla mantendrá fuera a los pobres, dice, y eso es algo que no necesita repetir a los que leemos cada día las desesperadas noticias de Melilla y Ceuta, con una frontera desbordada no tanto por los asaltos como por el descomunal gradiente de fertilidad y renta.
En este planeta convulso, los líderes de la arquitectura compiten en ceguera con los líderes sociales, y aquéllos persiguen sus carreras narcisistas como éstos atienden sólo a las fintas políticas o económicas que permiten mantener en pie el precario edificio de una nomenklatura irresponsable. Sirvan de ejemplo dos personajes que los medios describen con frecuencia como genios, y que por diferentes motivos llevan varias semanas generando noticias. Santiago Calatrava, que abre el 18 de octubre una exposición de sus esculturas, dibujos y maquetas en el Metropolitan neoyorquino; que inaugura hoy en Valencia un Palau de les Arts colosal y caligráfico como un cómic de Flash Gordon; que puso en septiembre con Hillary Clinton la primera piedra -o mejor la primera traviesa- de su erizado y lírico centro de transportes en la Zona Cero; que presentó en agosto en Malmö un rascacielos retorcido -Turning Torso- que según The Architect's Newspaper marea a sus ocupantes, y en cuya torsión salomónica Umbral sólo ha sabido hallar una "teoría del churro"; y que mostró en julio un proyecto en forma de broca -de nuevo en torsión orgánica y manierista- para levantar en Chicago, la cuna del rascacielos, el que será el más alto de Estados Unidos, tan desafiante en su espléndido emplazamiento, y tan displicente respecto a las preocupaciones de seguridad provocadas por el 11-S, que ha suscitado críticas como la del promotor Donald Trump: "Nadie que esté en su sano juicio levantaría un edificio de esa altura en el mundo horrible de hoy". Pues bien, ese mismo Calatrava que lleva un trimestre en los titulares es protagonista de una anécdota que relata The New York Times e ilustra bien la condición autorreferente de la arquitectura actual: según Brian Carley, vicepresidente de la Fordham Company -promotora del rascacielos de Chicago, al que denominan Aguja Fordham-, la esposa del arquitecto se volvió hacia él durante una entrevista en Zúrich: "Sabes, Brian, lo llames como lo llames, lo conocerán como el Calatrava".
Nos guste o nos pese, Robertina tiene razón, y la designación con el nombre de Nouvel de la espectacular y estrepitosa ampliación del Museo Reina Sofía abierta el 26 de septiembre no hace sino reconocer la notoriedad mediática que hoy distingue a los arquitectos estrella, celebridades que compiten en brillo con sus clientes públicos o privados; en el hotel Puerta América, botado sólo cuatro días antes, Nouvel tiene que sumarse al abigarrado elenco de figuras del diseño que lleva a bordo, y ésa es la única razón por la cual el edificio de los toldos de colores no se conoce por su nombre, sino por el apelativo de "el hotel de las estrellas", lo que viene a confirmar el diagnóstico; y en la todavía torre Agbar, inaugurada por el Rey el 16 del mismo mes, el protagonismo del arquitecto ha sido tan clamoroso que este mismo diario no dudaba en titular "La torre de Nouvel, nuevo tótem del cielo barcelonés", relegando tanto al Rey como al presidente de la compañía y de La Caixa, Ricard Fornesa, y ello mientras la OPA de Gas Natural sobre Endesa -que afecta a sedes corporativas y a la localización del control sobre la energía- aglutina el debate político y económico del país: un asunto más decisivo que la originalidad o la extravagancia de un obús de hormigón azarosamente perforado con fenestración pixelada y caprichosamente coloreado con las celosías vítreas que lo forran como un preservativo de fantasía. También Gas Natural, por cierto, tiene en construcción su propia sede, diseñada por el desaparecido Enric Miralles con la singularidad deseada por la compañía para subrayar su implantación en Barcelona tras la fusión entre Catalana de Gas y Gas Madrid, y tras la adquisición al Estado de Enagás, el monopolio público de distribución, como consecuencia de los pactos entre el PSOE y CiU en 1993. ¿Recuerda esto Maragall cuando celebra la OPA de Gas Natural como el retorno de Endesa a sus orígenes en Fecsa?
Pero las grandes pugnas de
los territorios por la energía y el agua, que apenas disimula la esgrima estética de los artistas invitados, se libran en el campo común de un crecimiento indómito que socava las bases ambientales de nuestra supervivencia. El brillo eléctrico de nuestros paisajes luminosos no disipa las tinieblas del futuro: cegados por el kilovatio, olvidamos Katrina y Kioto. Los arquitectos levantan tótems encendidos, y fingen ignorar que el priapismo es una disfunción eréctil. En la noche de Sin City, sus iconos semejan dioses que protegen de la oscuridad, y son sin embargo falsos ídolos que se saben impotentes ante la catástrofe que se cierne sobre la ciudad alegre y confiada. Como ha recordado Jiménez Lozano releyendo a la historiadora británica Eileen Power, "lo cierto es que los romanos estaban ciegos ante lo que les estaba sucediendo", y hablaban de la Roma immortalis en vísperas de su caída.


LUIS FERNÁNDEZ-GALIANO
BABELIA - 10-09-2005

sábado, septiembre 17, 2005

EL LUJO ASIATICO -lost in traslation-






Los edificios de Dior (Sejima & Nishizawa) y
de Louis Vuitton (Jun Aoki)
en la calle Omotesando, de Tokio.
(HISAO SUZUKI /DAICI ANO)

El culto a la moda llega al paroxismo en Tokio, donde muchos de los más importantes arquitectos japoneses -y también algunos extranjeros- construyen para las grandes marcas de lujo edificios que son a la vez tiendas espectaculares y emblemas corporativos. La obra de Toyo Ito para Tod's, la de Sejima y Nishizawa para Dior y la de Jun Aoki para Louis Vuitton son las tres últimas incorporaciones a la calle Omotesando, centro neurálgico del comercio suntuario.


Es imposible fingir que entendemos Japón.
Cualquier visitante de este imperio de signos debe sentir simpatía
por la perplejidad de Bill Murray y Scarlett Johansson en Lost in translation,
la cinta de Sofia Coppola.
Como ellos, sabemos que lo esencial se pierde en la traducción,
y nos sabemos extraviados en los laberintos del lenguaje y la costumbre.
No es fácil reconciliar el refinamiento exquisito de su caligrafía o
sus jardines con el actual entusiasmo hiperbólico por el mercantilismo occidental,
y no hay forma de cartografiar el camino que lleva del haiku al manga
sin aceptar los traumas de su apertura al mundo,
del comodoro Perry al general MacArthur.
Ian Buruma, que conoce bien el país,
cree excesivo hallar en la violencia de la imposición exterior
la causa única de sus dislocaciones intelectuales y artísticas;
pero es evidente que su consumismo exacerbado es
tanto señal de modernidad económica como indicio de malestar cultural.
La pasión por la moda en el Japón contemporáneo
no puede interpretarse del todo en los términos individualistas del "lujo emocional"
que ha teorizado Gilles Lipovetsky,
como una expresión extrema del hedonismo democrático y el narcisismo de masas.
El barrio de Tokio donde lo más parecido a ese lujo eterno

solía tener su asiento era Ginza, y
-después de un periodo de declive provocado por el pinchazo de la burbuja bursátil en 1992-
en buena medida todavía lo tiene,
como atestiguan las nuevas sedes comerciales levantadas en la zona,
que incluyen el elegante edificio de Renzo Piano para Hermès,
con su exacta fachada de pavés y su interior de luminosidad cristalográfica y metálica,
o la singular tienda de Jun Aoki para Louis Vuitton en la calle Namiki,
con sus prefabricados de GRC incrustados con el mismo mármol blanco usado en el Taj Mahal.
Pero el nuevo destino de las marcas de la moda es la calle Omotesando,

donde ya Tadao Ando construyó con sus hormigones lacónicos el Edificio Collezione,
y donde Kengo Kuma ha levantado una sede múltiple para oficinas y
tiendas de LVMH con una monumental celosía de lamas verticales de madera de alerce,
y los suizos Herzog y De Meuron han realizado para la firma italiana Prada
la obra sin duda más deslumbrante de todas,
un cristal facetado con rombos de vidrio burbujeante que se engarza en su emplazamiento
con la precisión displicente de una joya excesiva.
A esta calle del lujo y de la moda han llegado ahora nuevos vecinos,

y la curiosidad por conocerlos que despiertan sus fachadas fascinantes
corre pareja a la decepción que suscitan sus rutinarios interiores.
Debe advertirse que los arquitectos estilistas llamados a conformar estos iconos comerciales
no reciben casi nunca el encargo de diseñar sus espacios interiores
-confiados habitualmente a los departamentos de decoración de las propias firmas de moda-,
y esta bifurcación de responsabilidades explica en parte la divergencia de los resultados,
aunque no sirva para aliviar la irritación que provoca la distancia
entre los elevados objetivos estéticos y simbólicos de los proyectos
y la resignada aceptación de una imaginería interior de ostentación convencional.
Tanto en el caso de la obra de Toyo Ito para Tod's
como en las de Sejima y Nishizawa para la tienda de Dior o
en la de Aoki para Louis Vuitton,
la promesse de bonheur anunciada por su escenificación urbana
se frustra cuando se cruza el umbral: si el lector desea mantener the suspension of disbelief que exigen la ficción literaria y la arquitectónica, es preferible que renuncie a la visita y se limite a disfrutar de las imágenes exteriores.
La sede de Tod's -con su delicada fachada de hormigón,

recortada como si fuese una cartulina para evocar el ramaje de los árboles-
es un icono nocturno de extraordinaria eficacia,
y un edificio diurno que consigue llamar la atención sobre sí,
agobiado como está entre deplorables construcciones abigarradas y
una torpe pasarela peatonal sobre el intenso tráfico de la calle;
una vez dentro, sin embargo, la vulgaridad de los espacios y la mediocridad de los detalles
-de los falsos techos a las barandillas de las escaleras-
hace la obra indigna del autor de la Mediateca de Sendai.
El edificio de Dior -con los sutiles cerramientos traslúcidos de paneles acrílicos curvos
y
la inteligente utilización de la ordenanza para distorsionar la percepción de la escala
con una sucesión de forjados reales y ficticios-
intriga y seduce desde la acera, pero provoca perplejidad cuando
se constata que las abstracciones minimalistas del molduraje clásico y
el panelado académico de tradicionalismo upmarket nada tienen que ver
con la pareja que proyectó el Museo de Kanazawa.
La tienda de Louis Vuitton
-con su apilamiento irónico de baúles revestidos de vidrio y malla metálica-
consigue trasladar al interior parte de la riqueza espacial
sugerida por la enigmática fachada estratificada,
pero también aquí la eficaz organización del conjunto no es tan atractiva
como la sensual exploración de las superficies.
En los tres ejemplos prima la fachada sobre el interior,

los cerramientos sobre los espacios, y la piel sobre los órganos.
Es sin duda apropiado para una arquitectura al servicio de la cosmética,
y sólo los muy fundamentalistas de la modernidad funcional censurarán
que se prefiera la apariencia a la experiencia,
por lo que parece sensato reiterar la recomendación de limitar
el consumo de arquitectura al de sus imágenes virtuales:
este cronista -lost in translation- ha sufrido una sobredosis de realidad,
pero promete enmendarse.

LUIS FERNÁNDEZ-GALIANO
BABELIA - 17-09-2005